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jueves, 25 de octubre de 2018

Aún en pie

Hace años, cuando ya estaba metido en esto de la fotografía nocturna, escuché una frase de esas que con el tiempo se convierten en frases de las que uno suele tirar, a pesar de que son sencillas y, por qué no decirlo, simples. Era una frase que, en fotografía tiene mucha aplicación, pero que perfectamente puede aplicarse y, de hecho, se hace, en muchos momentos de nuestra vida. Era algo así como "si no arriesgas, no ganas". En inglés queda como más "chic" por eso de que el idioma anglosajón tira mucho de mensajes cortos, pero contundentes: "No risk, no win".  Quede esto como una simple curiosidad.

Bien, dejadme que os cuente la historia de esta foto. Hacía tiempo que tenía ganas de volver a las Bardenas Reales, en Navarra. Digo volver, porque en el verano de 2017 estuve con mis compañeros de Luces del Pasado. Una noche que, en mi opinión, no fue lo suficientemente productiva, por lo que tenía que volver, lo tenía claro.

Así que me organicé un fin de semana para poder ir en una fecha en la que las condiciones en el norte de España fueran las que yo buscaba, es decir, nubes en el cielo, y poca incidencia de luz lunar. Iba a ser un fin de semana en el que viajaría yo solo, a pesar de mis repetidas recomendaciones de no salir a hacer fotografía nocturna sin compañía, pero es que viajes así no son fáciles de "liar" a más gente. 

Según se iba aproximando el fin de semana yo iba revisando las condiciones meteorológicas esperadas, y aunque, en un principio, la cosa no pintaba mal, según se iba aproximando la fecha, los cielos de ese fin de semana se iban alejado de lo que deseaba: la previsión era de cielos despejados y, a pesar de que se trataba de fechas cercanas al final del verano, en las que la Vía Láctea aún es bastante visible, la posición en la que iba a encontrármela no iba a ser la mejor. Sin embargo, pude comprobar que el jueves por la noche, la cosa iba a ser completamente diferente. La previsión de cielos era realmente buena y, aunque nunca te puedes fiar al 100% de lo esperado meteorológicamente hablando, la cosa parecía que no iba a estar muy alejado de lo que yo iba buscando. Pero esto, amigos, era para el jueves. Podéis imaginar cuál podía ser mi estado de frustración sabiendo que un día antes de mi viaje, el escenario sería el que yo quería encontrarme y completamente diferente del que, casi con toda seguridad, me iba a encontrar. 

Tenía 2 opciones: cancelar mi viaje, perdiendo la reserva ya pagada del alojamiento y rompiendo con los planes que tenía para todo el fin de semana, o ampliar mi reserva, coger el viernes como día de vacaciones e irme el jueves al salir de trabajar. La primera opción no me apetecía nada, pero es que la segunda me parecía una auténtica locura. 

Estuve todo el jueves dándole vueltas, pero finalmente, el mismo jueves por la tarde, decidí coger el coche e irme a Navarra. No quería perder la oportunidad de tener éxito, a pesar de que nada, absolutamente nada, me lo garantizaba. 

La salida de Madrid fue un caos. Una tormenta brutal al salir de casa, y que me obligó a ir a menos de 80 km/h por la M50, una autovía de circunvalación de la capital, hacía preguntarme si todo el viaje iba a ser así y si, realmente, la idea había sido buena. Alguien podría pensar que esto era una señal de "da la vuelta y no hagas el tonto, que lo que vas buscando allí no lo vas a encontrar", pero no quise ceder.

Tras varias horas de viaje, llegué a Cintruénigo, un pueblo de Navarra próximo a las Bardenas Reales. Después de registrarme en el hotel, cené algo rápido y me fui a las Bardenas. Ya era de noche cuando llegué y lo que allí encontré fue casi mejor que lo que iba buscando: los últimos coletazos de una tormenta me estaban esperando. 

Rápidamente saqué todos mis bártulos y fui a buscar uno de los encuadres que tenía en mente. La tormenta se estaba alejando cuando empecé a fotografiar, pero había que aprovechar el momento. Estuve varias horas por allí, sin prima disfrutando el momento. Tanto que esa noche me fui a la cama pensando que el esfuerzo había merecido la pena. Los kilómetros, el cansancio, la indecisión, la tensión, todo mereció la pena por disfrutar lo que disfruté.

La foto que esta noche os traigo es de esa noche, en un momento en que la tormenta ya se había alejado por completo y las nubes empezaban a dejar paso a las estrellas. La pequeña montaña que podéis ver es el Castildetierra, una formación creada por erosión que, a pesar de los muchos castigos que puede haber sufrido, se mantiene aún en pie y con esa forma tan particular, aunque se espera que, con el paso del tiempo, la erosión acabará con ella también. 

Si no arriesgas, no ganas. El éxito nunca lo tienes asegurado, pero si quieres algo de verdad, tienes que intentarlo. Tienes que luchar por ello, aunque sólo si lo quieres de verdad. Pero no sólo en fotografía, sino en la vida. El tiempo que estamos aquí es muy escaso, demasiado, como para desperdiciarlo. Al menos, es lo que yo creo.

Quizá las fotos que allí saqué no fueron las que esperaba traerme. Pero no importa pues, si no hubiera ido, quizá lo estaría lamentando.

Más adelante quizá os enseñe alguna de las fotos que pude traerme de aquella primera noche, y podréis juzgar si hice bien en viajar ese jueves.

¡Hasta pronto!

Los datos EXIF:

mara: Canon 6D 

Focal: 14 mm 
Exposición: 34 sg 
Apertura: f/5,6
ISO: 2500



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